viernes, 19 de octubre de 2007

Politicas demograficas: Europa


El muy escaso dinamismo demográfico en prácticamente todos los países de Europa, se hace sentir, más que en ningún otro ámbito demográfico, en la esfera de la estructura de la población, es decir en la estructuración y la configuración de la población, de acuerdo con los componentes individuales que caracterizan a esa población y con sus componentes colectivos más significativos y representativos, que se dan en un país en un momento determinados.
En los países envejecidos de Europa, los índices de dependencia van en aumento por causa de este desequilibrio en sus estructuras demográficas. Esto trae repercusiones dramáticas, que van desde las excesivas cargas para la Seguridad Social respecto de las pensiones y la provisión de otros servicios sociales a la totalidad de la población, a serios desequilibrios en las estructuras de producción y de consumo, así como a importantes ramificaciones respecto de áreas sociales y económicas que guardan una relación estrecha con la edad

La lista de efectos negativos derivados de una situación de alta dependencia senil, como la que se avecina para todo el entorno occidental, especialmente para Europa, es muy larga: disminución del número de personas que componen la población activa; envejecimiento progresivo de esa población activa; desequilibrios que obligan cambios en la política de jubilación; desequilibrios en la inversión y el ahorro a nivel colectivo y familiar; disminución en las rentas familiares disponibles; aumento del gasto sanitario de forma desorbitada; subutilización y redundancia en el sector educativo; primacía de valores conservadores en la política; desequilibrios en las estructuras familiares; aumento de la problemática de la socialización intergeneracional; debilitamiento de las relaciones primarias de apoyo; aumento de la proporción de la población femenina; posible quiebra del sistema de seguridad social.

Una manera con la que se experimentó para paliar los problemas de la desnatalidad y del envejecimiento en otros países europeos -por ejemplo, en Suecia- es la de crear un Estado providente de grandes dimensiones, de tal manera que la exigua población activa fuese capaz de generar suficiente riqueza como para mantener adecuadamente a una población anciana desproporcionadamente alta. Esta política ha sido un fracaso, entre otras cosas por la tremenda presión fiscal sobre esa pequeña población activa, de tal manera que se ha recurrido, finalmente, a políticas pronatalistas, que con todo no han dado el resultado esperado. Más efectiva ha sido la famosa política del tercer hijo puesta en marcha en Francia por el Gobierno de François Mitterand hace algunos lustros, política que de nuevo viene a sonar como posibilidad, entre las propuestas del actual Gobierno de Jacques Chirac.
En este último sentido, es de esperar que las autoridades políticas en Europa y España tomen verdadera conciencia de la gravedad de la situación actual, y aparte de aumentar la protección y el amparo a los mayores, fomenten leyes que faciliten y favorezcan la formación de familias y el estímulo a la natalidad. De momento, este fomento no se está produciendo, o por lo menos sólo tímidamente, ya que las ayudas oficiales son demasiado escasas. Es de esperar que muy pronto vuelva a imponerse el sentido común; sólo de este modo es cómo Europa cobrará vigor y España dejará de ocupar los últimos puestos en el ranking de la natalidad en el mundo, y los primeros puestos en cuanto al envejecimiento de sus estructuras demográficas.


Celeste Álvarez - Alejandra Brestolli

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