El historiador Jeffrey Weeks (1997) propone que el origen de la intolerancia a la diversidad sexual está en la moral cristiana del siglo XIX que proponía que la sexualidad era prueba de la divinidad de Dios y debía estar libre de perversiones, para ello las personas debían establecer relaciones íntimas según parámetros eclesiásticos y bíblicos que anulaban la diversidad; así todo lo diverso era perversión, y originaba que el diferente sea "perverso" dentro de la comunidad.
La mujer era considerada como fuente de placer pero guardada como objeto de dignidad, símbolo de pureza y valores cristianos, alejarse de ello era considerado una perversión.
Esta forma de pensar estaba extendida al proceso educativo, que en su desarrollo histórico ha ido interiorizando este discurso, de manera que la inequidad entre géneros ha quedado justificada en el proceso educativo. Esto provoca que no exista igualdad de derechos entre chicos y chicas.
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